Reflexiones sobre las relaciones de pareja.
La señal: la última castaña.
Decía en el anterior post que cómo hemos cambiado… Qué lejos ha quedado aquella amistad… _como dice la canción_.
Lejos han quedado amistades y relaciones, que mientras fueron vividas parecían ser las definitivas y luego, el tiempo te dice que no es así.
Este hecho me ha dado para reflexionar mucho a lo largo de mi vida. Cuestionándome, sobre todo tras cada ruptura, porqué algunas parejas parecen tan felices toda la vida juntas y sin embargo otras, duran un suspiro…
Quienes me conocéis, sabéis que no sería yo si no le diese tantas vueltas a todo. ¿He llegado a alguna conclusión? _tal vez te preguntes_. Pues a varias:
1. Sirve para poco dar tantas vueltas. Únicamente, en mi caso, sirve para darme cuenta de que esta afirmación es cierta. Una vez que lo he exprimido todo en busca de explicación, la halle convincente o no, me doy cuenta de que no era necesaria, hubiese estado más tranquila sin comerme la cabeza. Pero, no sería yo… Mi tendencia natural es a la curiosidad y mi vicio llegar a mis propias conclusiones.
2. Las cosas son como son. Punto. Al margen de que piense sobre ellas o no, lo cierto es que son así. Unas personas mantienen una relación de pareja toda su vida y otras varias. ¿Qué es más deseable? Ni lo sé, ni me importa. Porque yo vivo lo que he elegido vivir y por tanto, la otra posibilidad no sabré si era mejor o no. Tampoco me preocupa, la verdad. Una cosa es que me cuestione las cosas y otra que me preocupen.
Todas las opciones son buenas, porque son la que tenemos en este preciso momento.
Es lo que hay.
Si quieres amargarte la vida, solo tienes que pensar que la que has elegido es la peor opción. Y si quieres ser aún más desdichada-o, puedes incluso pensar que no has elegido tú, sino que es lo que te ha tocado vivir y entonces ya con esta carga de victimismo e impotencia estás lista para el arrastre. Es decir, lista para dejarte arrastras por la «terrible inevitabilidad» de la vida.
3. Basándome en mi propia experiencia, todas las relaciones han sido necesarias para llegar al punto en el que estoy. No sobra ni falta nada. De todas he aprendido y a todos estoy agradecida por compartir ese tramo del camino conmigo. ¡Ha sido un placer compartir momentos dulces y aprendizajes! ¡Gracias, compañeros del alma!
4. Todas estas vivencias en compañía de otros seres lo que me han enseñado es a sacar mi mejor versión. Unas veces lo hice con más consciencia que otras y unas con mucho más tino o gracia que otras.
Pero en todas he mejorado mi comprensión de mí misma, de la otra persona y de las relaciones humanas en general.
Dicho todo lo anterior, esto solo ha sido el preámbulo para abordar la convicción a la que he llegado hoy y que quiero compartirte, porque me parece muy fuerte:
No he sabido querer. Creo que no he querido nunca de verdad a ningún hombre.
Fuerte, ¿verdad? Pero ahora te explico por qué lo creo, que es más tremendo aún: porque no me he querido a mí misma. No he sabido hacerlo hasta ahora. Creía que sí. Cada paso que daba me sentía crecer y ser cada vez más madura, más consciente y más auténtica. Y sí, estaba y estoy siendo cada día más yo.
Pero haciendo balance en medio de esta «crisis de la mediana edad» me doy cuenta de que mi amor hacia los demás ha sido condicionado siempre. Pues no es posible que sea de otra manera mientras una no se quiera a sí misma incondicionalmente. Y amiga, esto no lo he hecho hasta hace nada _como quien dice_.
Amor Incondicional. Es decir que me quiero cuando estoy bien, cuando me siento estupenda, cuando me veo fenomenal, cuando las circunstancias me sonríen, pero además me quiero de la misma manera cuando estoy hecha polvo, cuando no me aguanto a mí misma, cuando tengo una racha horrible, cuando me veo fatal en el espejo, cuando no soporto a nadie cerca de mí, cuando… los días se hacen cuesta arriba y los años pesan más que el plomo, cuando deseo desaparecer y no encuentro sentido a nada…
Esos días «detestables» me acepto y me arropo amorosamente, porque soy humanamente imperfecta, porque soy todo lo que tengo y porque bajo tanto lodo como me he echado encima está un ser luminoso. Solo tengo que calmarme, dejar que el lodo vuelva al fondo del fangal y mis aguas puras y cristalinas resurgirán.
¿Cómo hago esto? _me preguntan algunas personas_.
He aquí la herramienta fundamental: permanecer en lo que hay.
- Me permito sentir lo que sea (no evitándolo) y dejo que fluya: respirando conscientemente y creando espacio en mi interior para que se diluya esa densidad.
- Llevo presencia amorosa a esa parte de mi cuerpo que acusa el malestar.
- Dejo que esté, que pase, que desaparezca. Sin expectativas, pero con Confianza.
Y siempre las aguas se calman y refulgen.
¿Ya has aplicado esta herramienta en situaciones complicadas, de confusión, enfado o dolor? (Porque también vale para las situaciones súper alegres, pero esas generalmente no nos sobran, nos agrada experimentarlas. Son las difíciles las que queremos superar).
Puede que a estas alturas no recuerdes el título del post y si lo haces te estés preguntando qué tiene que ver la castaña con todo esto… jajaja. Pues te dejo con la intriga hasta el próximo. Esto viene a ser como los «spoilers» tan utilizados en programas televisivos de mucha audiencia ;). Porque sino mis consejeras de «lo que es correcto en Internet» me van a reñir, pues dicen que son demasiado largos los post.
Y de esta manera creo que volverás a pasarte por aquí, aunque solo sea porque te pica un poco la curiosidad.