Cómo la Atención plena cambia tu vida.

Hoy voy a contarte cómo introducir la Atención plena en mi día a día y, más concretamente, la meditación, produjo una maravillosa transformación en mí. Pasando del enfado que había bajo una seriedad cordial a sonreír natural y espontáneamente. Con todos los beneficios que ello comporta. Puedo asegurar que vivir con Atención plena cada momento te cambia la vida para mejor.

Sonreír, un gesto sencillo gracias a la Atención plena.

Es curioso que un gesto como es sonreír, que parece tan sencillo, pueda costar tanto trabajo. Hubo un tiempo en que realizar este gesto me costaba sudores.  Eso de «haz como si» no era algo fácil.

De hecho, decidí, aplicando una gran determinación y un profundo respeto hacia mí misma, no forzarme a sonreír, si no me salí de manera natural.  Y no me salía, te lo aseguro.  Por mucho tiempo, sonreír me era imposible de manera sencilla.

Observar y respetar

En aquel entonces, observé cuánto dolor, cuánta tristeza y cuánta frustración había dentro de mí.  Estas emociones, nunca antes atendidas, estaban enmascaradas por el enfado y al mundo le mostraba éste, y como máscara protectora más superficial una seriedad cordial.

Por contraste, como no podía ser de otra manera, en mi vida tenía una pareja, que ostentaba la máscara contraria, todo el día lucía una amplia y encantadora sonrisa “profidén”.  Llegué a detestarlo _pobre mensajero_.  No hacía más que reflejarme en ese espejo, viendo la cara opuesta y mi carencia.

Por esa época empecé a practicar la meditación.  Estaba siempre cansada, además de enfadada; apenas consciente de mi infelicidad.  Y me dio por iniciarme en la meditación.  Autodidacta en principio, después ya acudí a diversas formaciones y, años más tarde, ya me instruyeron para ser formadora a mi vez, consultora, coach _como prefieras llamarlo, yo ya sabes que si hay palabra en castellano, siempre la prefiero al inglés_ entrenadora de Atención plena (o Mindfulness).

La meditación es una experiencia.  Es un estado de consciencia. 

La meditación, práctica formal de la Atención plena

Práctica de la meditación

Requiere una práctica formal y para llegar a crear un hábito de esta práctica es necesario tener constancia.  Todos los días dedicar un momento a ella. 

Lo más fácil es crear un ritual en torno a la práctica: sentarte, permanecer en silencio y quietud, observando (hay quien prefiere el término contemplando) todo lo que acontece en el momento presente, aquí y ahora. 

Sin juzgar, sin interpretar, no identificándote con lo que piensas, sientes y percibes.  Con mente de principiante, acogedora, abierta a ver y aceptar.  

Y en actitud amable, amigable, compasiva contigo.

Físicamente, esto se traduce en permanecer sentada, quieta, en silencio, ojos cerrados.  Con la espalda recta, procurando no descansar tu peso ni en el respaldo, ni en el asiento; sino que te notes sostenida.  Con la mandíbula floja.  La barbilla ligeramente inclinada hacia adelante.   Y en la cara dibujada una leve sonrisa (como la de Mona Lisa, o más exactamente, como la de Buda).

Resistencia

Y en este punto es en el que me topé con un obstáculo importante, inesperado.  Podría parecer que lo más difícil sería permanecer por tiempo sentada con las piernas cruzadas, cada pie encima del muslo opuesto, posición de loto, postura de meditación propia del budismo y del hinduismo.  Qué también tiene su aquel…

Pero, para mí la mayor resistencia hallada estuvo en esbozar la dichosa sonrisa.  Como he dicho antes, tanto en el día a día, como en la práctica meditativa, me concedí el permiso para ser yo misma, para no fingir más, para expresar lo que sentía y no evadirme, ni disimular. Aceptar lo que había en ese momento.

Aceptación

Y tras ese tiempo, aceptando que donde estaba era donde tenía que estar, aceptando que estaba enfadada y que me sentía frustrada.  Y tenía derecho a sentirme así, por cómo había interpretado lo que me había pasado.  Un tiempo en el que abracé mis sombras, mi niña interior, mis personajes terribles (esos que no quieres mostrar a los demás, ni reconocerte a ti misma que los tienes) y me permití hundir hasta los abismos para encontrar mi verdadero yo.

Transformación

Digo, tras ese tiempo, la sonrisa brotó sola, un día sin más la descubrí en mi rostro mientras meditaba.  Otro día me sorprendí a mí misma sonriendo ante una situación que siempre me había incomodado.  Incluso, algún día, me veo riéndome abiertamente de mí misma, de mis torpezas, de mis rabietas o de mis ofuscaciones.

Y, últimamente el cambio es aún más apreciable, para mi propio regocijo, me siento vibrar interiormente y en la cara sé que está una sonrisa, incluso cuando voy por la calle y no solo al cruzarme con animales (que siempre me han despertado esta vibración), sino cuando me cruzo con humanos.  Algo se ha despertado en mi corazón, una llama se ha reavivado, y me enternece el ser humano.

Sonreír como amuleto

Decide ahora mismo, si así lo sientes _como yo_ dedicarte una sonrisa, regalarle una a todo el que se te acerque y adoptarla como tu amuleto en la vida.  Y verás cómo las palabras que salen de tus labios son impecables, procedentes del corazón.  O, incluso, no hace falta decir palabra.

Pero si no lo sientes, por experiencia te sugiero que empieces por respetarte; te dediques un tiempo a descubrirte, a conocerte, a aceptarte.  Es un trabajo muy interesante y que aportará un gran cambio a tu vida: dicha y paz interior, y también exterior, por añadidura. 

Una manera de abordar este conocimiento de uno mismo es a través de la práctica de la Atención plena o Mindfulness.  Quizás no sea la tuya, pero si no la pruebas no lo sabrás.