Reflexiones en voz alta en el día de la madre
He abierto Instagram y todo son flores, palabras bonitas y felicitaciones para las madres, mamás, mamis. Incluso para las que no lo son. Y he empezado a reflexionar sobre ello. Hoy es el día de la madre. Si no eres o no soy madre (como es mi caso), no es mi día.
Puedo celebrar lo que quiera, sin duda, pero no es mi día. ¡Haber sido madre! y si no he podido o no he querido, no lo soy. Ser madre es un estado al que se llega si se tiene un bebé.
Creo que ni siquiera se lo puede imaginar quien adopta o acoge. Hay infinito amor en esas “mamás adoptivas” o «madres de acogida» sí, no lo dudo, pero no se puede confundir con la categoría madre por naturaleza. No es cuestión de que sea mejor ni peor, ni bueno, ni malo. Es llamar a las cosas por su nombre.
Es una cuestión semántica, no de sentimientos
Madre: mujer que ha tenido uno o más hijos. O animal hembra que ha tenido una o más crías.
Posiblemente estas mujeres que adoptan o acogen, por el mero hecho de haberlo hecho conscientes de lo que hacen, de haberlo buscado y deseado sean más amorosas que algunas otras que han tenido a sus hijos inesperadamente, sin pretenderlo, sin estar preparadas para ello, sin poder hacerse cargo ni de ellas mismas.
Es una cuestión muy delicada, esta es mi opinión. Y sé que en RRSS esto generaría una gran polémica. Pero como estoy en mi espacio digo lo que me surge ahora, con todos mis respetos para las madres naturales y para las que se sienten como tal. Quiero sentirme libre para expresarme. Y que tú, si me lees, puedas sentirte libre para expresar tu opinión al respecto.
La mejor madre que pude tener
Durante tiempo creí odiarla. Le guardaba mucho resentimiento. Hubo momentos de niña en que la comparaba con las mamás de mis amigas y deseaba que fuese como ellas, más cariñosa, menos exigente, mejor conmigo. Creía, erróneamente, que me faltaba algo en la vida, que debía darme mi madre.
Casi no tengo recuerdos de infancia, he recuperado muchos en los últimos tiempos, lo que parece ser síntoma de que voy haciéndome mayor. Y algunos parientes han facilitado el gesto de recordar, bien con sus anécdotas o con fotografías.
La memoria es selectiva y muy caprichosa. En mi caso, me trae más recuerdos decepcionantes o más aleccionadores que felices.
Y hoy, día de la madre, me he detenido a observar este asunto.
Recuerdos que pueden ser mentira
La mente miente constantemente, es poco fiable, nos cuenta cosas tergiversándolas, tamizándolas con nuestro prisma subjetivo. Así, interpretamos lo que vivimos, más que vivirlo tal cual es o, en este caso, más que recordarlo tal cual fue.
Imposible tener un recuerdo fidedigno, pues no estoy viviendo en el pasado, sino aquí, hoy, momento presente. Esto para empezar.
Pero, aun obviando esto, resulta que recordamos parcialmente, no todo. Ya he dicho que yo muy poco. Y en base a esos escasos recuerdos, interpretados por mi mente, he mantenido por tiempo un juicio negativo sobre mi madre.
Enfado que enmascara pena
Ahora me doy cuenta de que mantener esa imagen dolía y mucho. Pero, creo que es tan o más dolorosa la sensación que me deja pensar o recordar las cosas buenas de mi madre, que eran muchas. Y no solo ahora que ya ha fallecido, sino también cuando estaba en vida.
Pensar en sus muchos desvelos por mis hermanos y por mí, todos sus sacrificios, que no fueron pocos (me consta), recordar su cariño y mimos en forma de comidas, y sobre todo postres, que nos gustaban, los regalos que nos hacía, los disfraces, jerséis y vestidos que confeccionaba para mí o para las muñecas…
Pensar en sus muchos sueños truncados, su dedicación a la familia, su entrega al trabajo, su amabilidad con los vecinos, los reveses que la vida le dio y su deteriorada salud con los años y los achaques, he de reconocer que me produce más dolor de corazón y tristeza que nada. Eso, junto con un profundo amor y respeto por la mujer fuerte y sensible que fue.
Sentimientos que no quería sentir
Tal vez por eso, para no sentir esa pena, empatía hacia ella, el agradecimiento infinito, el matiz de culpa por no haberla aceptado más, la profunda admiración, he preferido enfocar mis recuerdos en el rechazo y la negación de estos sentimientos amorosos.
Así, permaneciendo en la energía del rencor, del enfado, de la frustración; energía más potente que la de la tristeza; he experimentado más fuerza para tirar por la vida. ¡Gracias enfado! ¡Gracias al mío y al de mi madre! ¡Gracias por mantenerme con vida para llegar a esta conclusión!
¡Oh, mamá!, me he dado cuenta de que es ahí dónde estabas tú, es en esa vibración de enfado constante con el mundo. Vibración que tantas veces califiqué como negativa, pero que te hacía seguir manteniendo una fuerza relativa para luchar por tu vida y la nuestra, pese a que no le encontrabas sentido (sobre todo después de la muerte de un hijo).
Homenaje público a mi madre
Ya digo, aunque me apena no haberme dado cuenta mientras estabas viva. Fue como tenía que ser, esa ha sido la realidad. Hoy quiero rendirte un homenaje, haciendo público mi sentir, cosa que me cuesta. En un ejercicio de superación de juicios, empezando por los míos propios, que no me dejan en buen lugar, no me pintan como una hija muy comprensiva.
Pero de esto ya sé salir. No hay juicio que valga. Me sé perdonar. Y a los demás puedo perdonarles por añadidura.
Digo perdonar, porque es un concepto que se entiende, pero en realidad no sé si se trata de eso, pues llego a un sentir, una honda comprensión, en la que no veo la ofensa, no veo que haya nada que perdonar. Hay ausencia de rencor y mucha gratitud por lo que es. Infinita gratitud por lo que ha sido mi vida (con todo).
Nada que perdonar
Así que, querida mamá, todo aquello que algún día creí que me habías hecho (castigos, rechazo, incomprensión o desconexión), no voy a decir que te lo perdono. Porque, un aspecto grandioso, resultado de la conciencia de conexión con una misma y con Todo, es este, darse cuenta de que no hay nada que perdonar.
Mi vida, la tuya, son una, somos almas encarnadas, constituidas por una energía común luminosa y elevada, pero que nos olvidamos de ello al aterrizar en este mundo terrestre. Y, a partir de ese momento, tratamos de sobrevivir en un cuerpo, que siente, con una mente que intenta dirigir. Y bien que hemos sobrevivido.
Darnos cuenta, hacernos conscientes
Pero, llegados a un punto, es mejor si nos detenemos y tratamos de ver la vida con otros ojos, con cierta perspectiva (como la que proporciona la Atención plena), le quitamos densidad, aligeramos nuestra mochila. Maravilloso, cuando dejamos de interpretar bajo el prisma habitual y empezamos a darnos cuenta de la esencia, de la verdad. Ya no hay lugar para el rencor, ni la tristeza.
Entro en un terreno muy sutil, que no sé describir con palabras. Pienso muchas veces que ojalá tuviese el don de una poetisa para poder expresarlo. No me veo ese don. Así que será mejor dejarlo en la insinuación de lo inmenso que es. Y que tú, con tu experiencia, de momentos en conexión profunda con la existencia, te des cuenta de a lo que me refiero.
¡Feliz día de la madre!
Y, por supuesto, ¡gracias, mamá, por ser la mejor madre que pude tener!